Donald Trump se alinea abiertamente con la élite multimillonaria de EE.UU., lo que ha generado un notable intercambio de intereses entre Washington y Wall Street. La reciente adquisición de dos puertos en Panamá por parte del gigante financiero BlackRock, valorada en 19,000 millones de dólares, ha sorprendido a muchos, especialmente porque se concretó tras las afirmaciones de Trump sobre el control chino del Canal de Panamá, sin presentar pruebas.
Los puertos, situados en los extremos del canal, fueron presentados por Trump como un logro significativo. Sin embargo, el historiador Peter Hudson, profesor en la Universidad de British Columbia y autor de "Banqueros e Imperio: cómo Wall Street colonizó el Caribe", considera que esta transacción es parte de un patrón histórico de injerencia corporativa en Panamá.
Hudson argumenta que la postura de Trump refleja un regreso a una era de imperialismo estadounidense en América Latina, similar a la Doctrina Monroe de 1823, que buscaba frenar la intervención europea en la región. Este enfoque se intensificó con el "corolario Roosevelt" a principios del siglo XX, que justificó la intervención militar de EE.UU. en países como Venezuela y la República Dominicana.
El académico señala que, aunque el imperialismo estadounidense nunca ha estado completamente ausente, la forma en que se manifiesta hoy es más agresiva y menos diplomática. La relación entre Trump y la clase multimillonaria estadounidense, que parece facilitar la entrega de activos públicos a corporaciones, es un fenómeno que no se había visto en mucho tiempo.
Hudson explica que la influencia de Wall Street en el Caribe durante los siglos XIX y XX fue respaldada por el gobierno de EE.UU., que utilizó la diplomacia para facilitar la entrada de empresas estadounidenses en la región. Este proceso se intensificó con la "diplomacia del dólar", donde el control financiero se convirtió en una herramienta de intervención.
La reciente compra de puertos en Panamá, en este contexto, plantea preguntas sobre la soberanía panameña. Hudson sostiene que el país ha sido históricamente un producto del imperialismo estadounidense, y que la capacidad del gobierno panameño para tomar decisiones sin presiones externas es cuestionable.
El acuerdo sobre los puertos debe ser aprobado por el gobierno panameño, pero Hudson no ve espacio para un interés público genuino en este proceso, sugiriendo que las presiones económicas y políticas serán abrumadoras. La historia de la intervención estadounidense en Panamá, que se remonta a la construcción del canal, continúa influyendo en la soberanía del país.
Finalmente, Hudson advierte que las palabras de Trump, aunque puedan parecer retóricas, tienen un impacto real. Su discurso sobre la anexión y la intervención crea un clima de incertidumbre que dificulta la planificación y la formación de alianzas en la región. La estrategia de Trump parece centrarse en el caos y la ruptura de normas diplomáticas, lo que podría tener consecuencias duraderas para la política en América Latina.
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